Imperdibles...

Discúlpeme pero no, no me hace falta un aplauso para sentirme bien. Sólo aquel que es inseguro le gusta disfrazar con un montón de halagos su debilidad.

Martín Valverde

lunes, 25 de mayo de 2009

Vida...

Durante el pasado fin de semana, más exacto el sábado 23 de mayo, pasé la tarde en un encuentro formativo de cara a la marcha del grupo al que pertenezco (www.proyectobolivia.es). Entendemos que nuestra llamada hacia el continente americano, no impide nuestra especial sensibilización hacía otras realidades injustas y sangrantes; es más, nuestras experiencias vividas en Bolivia, nos hacen estar aún más cercanos al mundo, a las situaciones injustas, doloras… Esta, llamémosla “especial sensibilización”, nos obliga a estar en contacto con personas valientes, con personas visionarias, con pioneros; gente con ganas de cambiar el mundo, gente que ha luchado y a veces a vencido y otras ha perdido.


En concreto, el sábado estuvimos aprendiendo de las vivencias de dos personas. Una, metida de lleno en la lucha por los derechos de “éstos luchadores”. Una persona conocedora de la realidad del fenómeno migratorio tanto allá como acá.

La otra persona no solamente es conocedora de todo esto, sino que además ha sufrido una de las pocas experiencias que no le desearía ni a la peor persona del mundo. Como hice anteriormente con mi amigo Felipe, llamaré a esta persona Samuel.


Samuel, camerunés y superviviente de éste mundo, estuvo hablando con nosotros de lo maravilloso que es su país. Dando “cátedra” sobre las cosas más inverosímiles de lo que se produce en África. Ha tenido la oportunidad de viajar mucho por el continente donde vivió el ser humano primigenio. Nos contaba con pasión cómo es su país, cómo se vive, cómo se siente la vida. Por momentos, en su cara se reflejaba la alegría que conlleva transmitir a otras personas lo maravilloso de tu tierra, de tu origen. Como a cualquier persona, se le llenaba la boca hablando de su pueblo, de las ciudades en las que él vivió, de la gente con la que él convivió. A todos nos invadió el deseo de conocer, las ansias de experimentar esa vida que transmitía. Obviamente no todo era bueno. Samuel también nos comentaba las situaciones difíciles, la parte más negativa que produce la interacción humana, muchas veces maleada por agentes externos, pero sin querer quitar responsabilidades a los que las realizaban. Samuel con cierto nerviosismo y con un papel en la mano, papel en el que había escrito un pequeño guión, por eso de no perderse mucho y de recordar lo que quería transmitir en un idioma que aprendió no hace mucho, nos hizo un análisis sencillo y real de las posibilidades económicas de las que disponía el país. Es del conocimiento de todos… bueno, de todos los que quieren conocer, que el saqueamiento de África a lo largo de la historia aún continúa. Creo que más adelante entraremos en el tema con distintos documentos y testimonios vivos sobre todo esto, pero ahora me gustaría escribir a cerca de Samuel. Llamado a ser el “salvador” de su familia, puesto que el café que producía la familia hacía años, había dejado de tener el valor económico que… ¡Qué no! ¡qué no quiero entrar en los motivos! Samuel decidió buscar nuevas oportunidades no para él, si no para su familia. Familia formada por muchas personas, las cuales algunas sufren de enfermedades grabes. Samuel decidió, a sabiendas de todo lo que le esperaba, marchar en busca de un futuro mejor para ellos, no para él; pero ya estaba decidido a sacrificar su bienestar, su vida… a sacrificarse él mismo por las personas que más quiere en éste mundo. Emprendió el viaja más duro de su vida.

Samuel, una persona joven y fuerte tuvo que pasar las inclemencias del deambulo por un desierto, el hambre, el dolor de piernas (y corazón) que producen los días de vida nómada, de vida desarraigada. Intentó 3 veces llegar a nuestro país, dos de ellas en un maldito cayuco, de esos que nos aterra que lleguen a nuestras costas; esas barcazas que nos ponen de los nervios cuando aparecen en las noticias. Me hacía recordar una noticia que hace relativamente poco apareció en nuestros medios de comunicación: “ninguna patera en una semana”. Felicitándonos, no por nuestras políticas de inmigración… no porque no haya muerto nadie durante una semana… felicitándonos y enorgulleciéndonos de que durante una semana ningún cayuco ni ninguna patera había afeado nuestras costas mediterráneas. Pero como he dicho antes, esto lo dejaremos para otro momento.

Samuel nos contó como la tercera vez que intentó llegar a España, lo hizo nadando. No solamente nadando, si no arrastrando a una chica embarazada. En ese momento, el nerviosismo de Samuel se multiplicó por diez mil, el sudor lo invadió, su voz se entrecortaba, no le salían las palabras, tartamudeaba y empezó a temblar. Sus ojos se llenaron de horror y desesperación. Nos contó con pelos y señales la peor experiencia de su vida y posiblemente de la nuestra. Explicaba cómo se iba sintiendo a lo largo de su travesía. Cómo sentía que era probable que perdiera su vida; también sentía que perdería la vida que llevaba a rastras y las vidas de su familia que se quedaron en Camerún. Nuestro sistema de seguridad costero los interceptó antes de llegar a costas españolas. Desgraciadamente, toparon con un grupo de personas que afean y dan mala fama a la honorabilísima labor de nuestros cuerpos de seguridad. Samuel más que la chica, recibió una paliza de advertencia; para que se diera cuenta de que no era bienvenido en el país. Justo al llegar a mitad del trayecto, en aguas que ya no pertenecen a España, fueron arrojados al mar, sin ningún tipo de salvavidas u objeto que permitiese la flotabilidad. Samuel, con la chica sin conocimiento, rezó por un instante e intento nadar hacia costas africanas. Dice que ahí sintió como su vida se apagaría, se ahogaría. La desesperación provocó que Samuel empezase a gritar, sin fe alguna en que alguien apareciese, de que alguien les rescatase de la muerte segura.

Samuel, hombre con una fe tremenda, dice que Dios hizo que un barco de los cuerpos de seguridad de un país africano, les recogiese milagrosamente. El barco los volvió a llevar a tierras africanas, a Marruecos. Allí, después de pasar varios días dando tumbos por distintas cárceles marroquíes, los llevaron a la zona fronteriza con Argelia. Allí fueron deportados, a mitad del desierto. Samuel dice: “hay que ponerse las pilas. Si te quedas dónde te dejan, esperando a alguien o algo, mueres por el fuego cruzado entre grupos armados marroquíes y argelinos”. Recibió la ayuda de un grupo de voluntarios que se dedican a cobijar a los deportados del desierto. Que allí conoció a Manuel (la otra persona que estaba con nosotros el sábado por la tarde).

En ese momento, Samuel se sintió más aliviado. Su charla se tornó menos tensa, menos dolorosa. Intentaba explicarnos que lo vivido aquellos días no le impediría conseguir lo anhelado, conseguir una vida mejor para sus seres queridos. A la cuarta, no a la tercera, fue la vencida. Lleva cerca de un año y medio viviendo en España. ¿Dónde? Donde hay trabajo. Actualmente se encuentra en Sevilla. En un futuro próximo no sabe dónde estará. Ahora en España y seminormalizada la situación en la que se encuentra, ayuda a otras personas que han pasado por lo mismo que él. Da apoyo psicológico y anímico a muchas personas que dejaron su casa. Aparte de su trabajo, ayuda en una pequeña parroquia de un barrio, de los llamados de transformación social de Sevilla.


Personalmente, después de cerca de 4 horas compartiendo con estas personas, Samuel es un tipo educadísimo. De complexión muy fuerte, más que atlética. Sonriente al máximo, nos recibió con una sonrisa y todo lo que nos contó lo hizo con la misma alegría con la que nos acogió… exceptuando el relato de su odisea. Después de despedirnos encarecidamente de Samuel y Manuel, intercambiando impresiones y sentimientos con una de las personas de mi grupo, residente en Sevilla y amiga personal de Samuel y Manuel, me comentó que Samuel tiene una hija en Camerún que morirá dentro de poco tiempo por una enfermedad muy grave. No hay posibilidad de que Samuel pueda acudir a Camerún, pues después no podría regresar a España y la ayuda que presta a su familia con lo que gana aquí, no se puede perder.


En ningún momento Samuel pretendió conseguir nuestra lágrima fácil ni nuestra compasión. La dignidad que él transmitía era impresionante. Todo lo contrario de lo que estamos acostumbrados; respetando mucho la profesión tan difícil que es el contar lo que está pasando en el mundo, además, profesión a la que en cierta manera me siento cercano, puesto que uno de mis objetivos iniciales estaba encaminado a la fotografía… Pero respetando a todos los periodistas de vocación, no de profesión. Samuel nos compartió y abrió su corazón sin ningún ánimo de conseguir nuestra pena, nuestra misericordia; simplemente quiso compartir con nosotros su experiencia, su vida.

Justo antes de despedirnos, hablé con él personalmente. Decía: “es una pena el desconocimiento que tiene la gente a cerca de la inmigración, de los países de los que provenimos. Creo que si tuviésemos una oportunidad para darnos a conocer realmente y que nos escuchasen a nosotros, no a lo que se dice en la tele ni lo que se rumorea, tendrían otra opinión acerca de nuestra situación”. A eso le respondí una cosa que desgraciadamente tengo muy clara: “Samuel, no sirve de nada lo que nos has contado si nosotros mismos no tenemos intención de escuchar…”


Pachón

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